Italia necesitaba un milagro. Venecia, la ciudad que es Patrimonio de la Humanidad, parecía condenada a hundirse.
Fundada en el siglo V en medio de una laguna a orillas del mar Adriático, Venecia siempre ha tenido una vocación acuática: su cercanía al mar ayudó a cimentar su poderío geopolítico y sus canales han provocado la fascinación de los visitantes por muchas generaciones. Pero el agua también parecía ser su perdición.
La ciudad, como escriben desde Italia los reporteros Jason Horowitz y Emma Bubola, se está ahogando. Bajo su superficie, las placas tectónicas se están reacomodando. El calentamiento global avanza. Y el mar crece. “El nivel promedio del mar en Venecia ha aumentado casi 30 centímetros desde 1900. En los últimos 20 años, las mareas han superado 1,10 metros más de 150 veces”, reportan.
¿Venecia tendrá que aislarse de las aguas que son su alma?
Ante la posibilidad inminente de perder la ciudad, las autoridades convocaron el siglo pasado a un concurso para protegerla y así se embarcaron en una odisea que al fin ha permitido controlar el nivel del agua y poner a salvo a la población, la economía y un legado arquitectónico invaluable.
El milagro que Venecia necesitaba se llama MOSE.
La sigla, que suena igual que Moisés en italiano, significa Módulo Electromecánico Experimental, y se refiere a un sistema de diques que pueden subir y bajar para evitar que la ciudad se inunde catastróficamente.
Mientras Italia celebra su éxito contra todo pronóstico, la historia de MOSE —que tardó 50 años en construirse— y la de Venecia —unos 1500— aún se están escribiendo. MOSE se ha convertido en mucho más que un proyecto de ingeniería. Llegó a encarnar la ambición y el ingenio técnico de Italia, pero también su inestabilidad política, el mal gobierno, la burocracia, la corrupción, las deudas y el derrotismo a medida que se acumulaban los retrasos.
Por Elda Cantú